Ella y yo solíamos ser mejores amigas. Un día
nos prometimos y lo sentimos, amigas para siempre, en las buenas y en las
malas.
Estuvo cuando me enamoré por primera vez y dije
mi primer “te amo” en voz alta, cuando lloré por él y maldijo conmigo el día en
que me dejó, me convenció de que había mejores hombres ahí afuera y que él no
era el único.
Soportó mis diversos estados anímicos, me siguió
en unos cuantos, bromeó conmigo, se río de mí, me reí de ella. Discutimos, nos
peleamos, nos amigamos.
La acompañé en su primer salida al boliche a los
quince años, presencié su primer beso y compartimos la alegría del momento. Me
convenció verano tras verano pasar en frente del entonces “el amor de su vida”
para ver si lo encontrábamos “de casualidad”.
Viajamos a Bariloche, nos disfrazamos, salimos,
compartimos la habitación.
Por mucho tiempo conformamos “el grupo”, las
cinco buenas amigas.
Nos perdimos, ella y yo, en el campo de mi
familia y nos desesperamos cuando vimos que el sol empezaba a desaparecer detrás
de esas montañas de tierra, pasto y animales. Nos reimos a carcajadas cuando
nos encontraron y estábamos sanas y salvas en la cocina de la casa del campo.
Nos distanciamos, nos alejamos, nos peleamos.
Intentamos arreglar la situación, no pudimos.
Discusión y buena suerte y hasta luego.
Así, desapareció, se esfumó.
Ahora es parte de mi pasado y de un buen manojo
de recuerdos, de aquella mejor amiga que tuve y después, perdí.
2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario