lunes, 11 de junio de 2012

Un día cambió todo.

Me acuerdo de estar en un auto, sentada atrás, yendo por la ruta Playa Unión-Rawson inundando a preguntas a papá.
- ¿Y cómo es?- le dije.
Miró por medio del espejo retrovisor, con una sonrisa enorme en la cara, y contestó:
- Ya vas a ver.
No estaba lloviendo, no hacía mucho frío porque creo que tenía puesto una remera y arriba un sweater amarillo (amaba ese sweater amarillo a juzgar por las fotos que lo retratan una y otra vez) y también había sol.
Papá iba feliz manejando conforme porque yo la quería conocer, no había manifestado ninguna objeción contra ella y quería saber todo.
Si cierro bien fuerte los ojos me puedo trasladar a ese momento, a esos sentimientos que tenía en ese instante.
Sabía que se venía algo grande, algo que  iba a cambiar a mi familia y a mi. Tenía alegría porque por fin iba a dejar de estar sola para estar siempre acompañada y poder charlar con otra persona diferente a mi familia.
También me acuerdo de sentir angustia, porque alguien más ocupaba el corazón de papá y mamá con la misma intensidad que lo hacía yo, y tener mucha mucha curiosidad por conocer a esa persona que venía a modificar la vida de todos.
En ese momento, yo tenía 3 años.
A medida que pasó el tiempo y que me fui acostumbrando a su presencia sentí muchas cosas: celos porque ella  fue el centro de todo por un largo tiempo (o al menos así lo percibía yo), alegría porque supe que iba a poder contar todos los días todo el tiempo con ese ser que me perseguía para hacer todo EXACTAMENTE IGUAL QUE YO o que quería TODO LO QUE YO QUERÍA, tristeza cuando ella se ponía triste, la necesidad de protegerla cuando hacía alguna cagada y así cubrir toda la evidencia que pudiera vinculara a ese rayón en la pared o a ese  artículo roto. En fin, despertó muchos sentimientos.
Hoy, hace 21 años, nacía ella. Mi par, mi compañera, mi hermana.
¡Feliz cumpleaños, nanas!

No hay comentarios: