miércoles, 7 de noviembre de 2012

Hoy.

Hoy hace  calor así que camino una cuadra desde casa a la playa cargada de mi silla, un toallón, un buen libro y protector solar hasta llegar a la playa.
En el momento en el que siento que la arena de piedritas me hace cosquillas en los dedos de los pies me relajo, soy feliz.
Voy con mi hermana, que siempre me acompaña, y nos sentamos en las sillas a tomar sol cual lobos marinos al costado del río, y charlamos y reímos y nos entretenemos leyendo o mirando a las otras personas que están haciendo exactamente lo mismo que nosotras.
Y si bien estamos directamente expuestas al sol no sentimos tanto calor porque siempre está esa suave brisa de mar que te refresca, que permite que no te sofoques y que estés lo más pancho sin morir en el intento de adquirir un poquito más de color en la piel.
El mar no siempre es una opción, antes cuando era chica pasaba horas y horas jugando en el agua pero ahora, de más adulta, me volví más caprichosa y solo me meto al agua cuando es insoportable estar tomando sol.
Pero una vez que estoy ahí, en el agua fría, siento el alivio inmediato: la clave es tirarse rapidito abajo de esa ola gigante que no te da chance para salir corriendo, de ese modo o te tiras o la ola te lleva arrastrando por las piedras ( y duele, mucho, lo sé.). Entonces vas sintiendo cómo el frío recorre los brazos, después el torso y las piernas, pero con patalear un poquito ya entrás en calor y te acostumbras.
Y nado y nado, hasta que me canso y me quedo un ratito jugando en la orilla, como cuando era chica, sintiendo cómo la espuma se escurre entre los pies, las piedritas juguetean con el agua.

Entonces abro los ojos y me doy cuenta que estoy en Capital Federal no en Playa Unión*, que hay un ventilador en el techo que está funcionando a su máxima potencia y que estoy en mi cama, soñando, muriéndome de calor.




*Villa balnearia a 5 km de Rawson.

No hay comentarios: